La historia se repite en cualquier lugar de Galicia al que el mar le moje sus pies. Luego de atravesar un siglo XX de trabajo marinero, sea pescando o mariscando, las dudas del XXI se acrecientan conforme avanza. Y en los últimos tiempos se abre un nuevo frente en esta vida marinera: que nadie la quiera practicar.
Las generaciones posteriores a la de hoy, aunque no lo reconozca, ya tiene los años contados para la jubilación sufren un gran desapego del sector que, de una manera u otra, alimentó a sus padres y abuelos en otros tiempos. Y los alimentó a ellos mismos, por tanto.
Son numerosas, como en cualquier problemática de calibre, las aristas que tiene esta realidad. Ponen el foco los patrones mayores del flanco sur arousano en la inestabilidad económica que a día de hoy genera el mar para los que se dedican a él.
“En nuestra lonja se acumulan las ofertas de venta de barcos pesqueros, sobre todo del cerco, que otrora sirvieron perfectamente para faenar y a día de hoy caen en desgracia porque todos los venden y nadie los compra”, comenta para ejemplificar este fenómeno Ruperto Costa Fernández, patrón mayor del puerto de Cambados y vicepresidente de la Federación Galega de Confrarías.
El suyo es de mayoría pesquera y, precisamente por ello, “se enfrenta a un serio problema a largo plazo, el de las jubilaciones sin reposición”.
Ante una jubilación, señala Costa que el proceder general es “hacerse cargo del barco, ponerlo a la venta o seguir usándolo”.
Pero más allá de quienes lo heredan, “nadie se arriesga a hacerse con un barco y meterse en un oficio que no tiene visos de ofrecer una estabilidad económica y que además resulta duro para mucha gente”.
Sitúa el patrón mayor cambadés uno de los grandes problemas para aquellos que sí tienen la vocación del mar en su sangre en “las grandes trabas burocráticas que deben superar para hacerse con las licencias y con los barcos”.
Este es un negocio, el de la pesca de bajura, que se plaga de autónomos, personas que por su cuenta se hacen con una embarcación y salen a pescar para ganarse la vida, “y si las que realmente tienen ganas de hacerlo se encuentran con el muro del papeleo, alguien sin demasiado interés no va a plantearse siquiera ir al mar”.
La acuciante falta de mano de obra en los puertos pesqueros no es algo nuevo, pero sí los motivos que los llevan a esta repetida realidad.
“En los años de la burbuja inmobiliaria había en tierra mejores opciones laborales que en el mar, con la construcción, por lo que mucha gente cambió sus bártulos por la hormigonera y los ladrillos”, lamenta Costa.
Fue en aquellos momentos cuando los puertos pesqueros gallegos comenzaron a contratar personal inmigrante, “en el caso de Cambados, sobre todo senegaleses y peruanos”.
Hoy en día esos inmigrantes ya cambiaron de trabajo, “se asentaron aquí, formaron sus familias y se buscaron empleos que les interesaban más, igual que quienes tienen raíces arousanas”. Pero esto, según Costa, “no va a pasar actualmente, pues en aquellos años la pesca estaba en auge y hoy solamente va en declive”.
Ruperto Costa, en su día, iba al cerco. Pero “la decadencia de un oficio que hasta hace poco era rentable” le hizo adaptarse a los tiempos y comenzar a mariscar.
A día de hoy este es uno de los pocos sectores de la ría de Arousa que se salva de la decadencia, produciendo una rentabilidad que “mantiene el atractivo y permite que exista la reposición”.
Así lo insinúa María José Vales, patrona mayor de Vilanova, de un puerto en cuya lonja reinan el marisqueo y las bateas. De todos modos, la mayoría de los relevos generacionales también en estos sectores surgen por herencia, “pues si una familia tiene bateas, las quiere conservar, así como si tiene los aperos para continuar un negocio estable como el marisqueo”.
Sin modernización no hay futuro. Lo saben en Vilanova, ya lo dijo María José Vales, pero también en otras riberas donde predomina el marisqueo. Carril, capital de la almeja, es buen ejemplo. No pasan sus mejores horas, pues la mortandad de los bivalvos que criaban les ha imposibilitado operar durante un año y ahora la burocracia les obliga a posponer su vuelta, pero nadie duda de que lo dan todo por mantenerse en la ola.
Un puerto que centra “el 90% de su actividad en la acuicultura”, según su patrón mayor José Luis Villanueva, debe renovarse cada día para mantenerlo rentable y activo.
“La gente joven que se incorpora a trabajar con nosotros es clave para esto, pues son personas con amplia formación y nuevas ideas que nos permiten mantenernos actualizados”, señala Villanueva dando importancia a la formación en su sector.
De todos modos, “una gran base ayuda, pero sin la fuerza de la vocación, poco futuro hay, pues este es un trabajo duro y que requiere dedicación, es casi un modo de vida”.
Carril experimenta para mejorar. Apunta el patrón mayor que los esfuerzos de sus compañeros se centran en “la optimización de la producción por subzonas, además de la incorporación de nuevas formas de trabajo y nuevos aperos”.
Marca diferencias con los viejos modos de producción, “fruto de las tablas y de la experiencia práctica, pero poco fiables al no tener base científica”. Este es un problema que se ha solventado “con la formación de los jóvenes, que nos aportan el futuro”.
No todo son flores
El marisqueo vive una especie de momento de auge en la innovación, que se traduce en rentabilidad e interés social. Pero la pesca de bajura es otro mundo, atrapada en un círculo vicioso: la baja rentabilidad impide la inversión y la modernización y sin ellas, los ingresos se mantienen bajos.
“En artes mayores se están mejorando las embarcaciones, tienen todos los servicios, pero las artes menores están fuertemente envejecidas y sin ninguna salida aparente”. Lamenta decir estas palabras Ruperto Costa, pero cree que el futuro “será complejo”.
Este es un sector que se ha venido modernizando, “pues ahora ya no se concibe trabajar sin el móvil en el bolsillo, haciendo uso de las aplicaciones para consultar las capturas y los topes”.
Vales encuentra en la tecnología una aliada, “que nos ha ido acompañando y mejorando nuestro trabajo”. Cuando ella comenzó a mariscar, hace 22 años, “el mundo era muy distinto”.
Cuenta que era posible que “la gente de entonces supiese más de mar, le rindiese incluso más devoción”, pero que sus conocimientos de biología o tecnología era “limitado”.
Ellos, dice Vales, “trabajaban de manera mecánica, como se había hecho siempre, aún sin saber concretamente por qué”.
A pesar de que la patrona mayor de Vilanova ve indispensable ese amor al mar, “pues este no es un oficio para estar ocho horas y marcharse, sino que hay que dedicarle de un modo u otro todo lo que dura el día”, también reivindica la base teórica y el progreso tecnológico que les facilita la vida.
Hasta el momento, los patrones mayores han puesto el foco en la rentabilidad de sus empleos. Pero, leyendo entre líneas, puede verse que ellos mismos ya señalan que el mar “hay que vivirlo, y muchos jóvenes no tienen referencias de él ni aún siendo hijos de marineros”, por emplear las palabras de María José Vales, patrona mayor de Vilanova. En esta tesis se mueve el sociólogo José Durán, profesor de Sociología del Trabajo en la Universidad de Vigo.
–¿Hay vida más allá del dinero?
–Se trata, viendo los ejemplos de otros gremios en los que está sucediendo algo parecido, de una cuestión cultural y social, aunque tenga una vertiente económica. Estamos ante un problema en el que intervienen tres generaciones: la del abuelo, que basaba su vida en el trabajo, pues ese era su medio de tener relevancia socialmente; la del padre, que ya encuentra ligeros cambios, pues los que no siguen el redil del abuelo es porque este ha querido que reciba una mayor formación y un mejor trabajo que él; y la de los hijos, por último, que hoy acceden al mercado laboral y cuyo mundo social ya no pasa por tener un trabajo que los posicione, sino que su relevancia se consigue a través del consumo, del que más y mejor tiene. Y el mar, a día de hoy, no da los ingresos suficientes para ser alguien en esta sociedad de consumo.
–¿Es posible que se haya inculcado un rechazo a los trabajos como los del mundo del mar?
–Es cierto que la generación de los padres, la baby boomer, impulsa a sus hijos a seguir otras posibilidades, a que estudien. Además, esos hijos han sido modelados por la sociedad de tal manera que buscan vivir experiencias, consumirlas, no realizar los sacrificios que sus abuelos protagonizaron. El trabajo permitía a las generaciones anteriores la posición social, hoy no vale nada.
–A muchos niños de las zonas costeras se les ha repetido que el que no estudia, “el que no vale”, se va al mar.
–Es difícil a día de hoy hacer atractiva la pesca o la agricultura, pues ya no existe un mundo pesquero o agrícola que lo marque todo, como podía haber hace 50 años. Antes había unos carriles sociales, una estructura a la que se debía ceñir el joven porque no había más opciones. No solo se transmitía de padres a hijos, en esa época, una forma de ganarse el pan, se legaba una forma de vida y de estar en el mundo. Hoy la sociedad es otra, plagada de estímulos y de posibilidades. Por tanto, creo que la única manera de revalorizar el mar es consiguiendo que se convierta en un sector rentable y cómodo para el que lo trabaje, convirtiéndolo en un puesto de oficina de ocho horas y salario fijo a final de mes. Algo imposible, vaya.
–¿Es descabellado pensar que hoy se busca que el trabajo sea una afición?
–Es algo que está sucediendo, sí. Se está produciendo un fenómeno curioso, y es que ya se tiene en cuenta al trabajo, eso que a priori nos da los medios para consumir, como un acto de consumo, un acto que nos aporta placer. Antes simplemente se trabajaba, y cuanto más se sufría, más se ascendía en la escala de la relevancia social. Hoy hasta el trabajo debe llenar el alma de quien lo practica. ¿Cuántos jóvenes, actualmente, se fustigan por trabajar ‘de lo mío’?
En la comarca se pueden encontrar centros académicos que licencian alumnos a la altura de los retos que debe afrontar el sector en los años venideros. “Trabajan con nosotros muchas personas jóvenes que salieron del Instituto Galego de Formación en Acuicultura”, indica José Luis Villanueva desde Carril.
El centro del que habla, el Igafa, está a tiro de piedra, en A Illa, formando jóvenes y ligándolos al sector marinero de toda Galicia. Allí se enseñan ciclos formativos relacionados con la acuicultura, “y de ellos salen profesionales que copan puestos en los equipos de calidad de diversas empresas del sector pesquero”. Lo señala Amparo Simón, directora del Igafa, una escuela que llena sus plazas con estudiantes “de todo tipo, pero sobre todo con aquellos que tienen una vinculación previa con el mundo del mar”.
En sus instalaciones se enseñan técnicas de vanguardia y se ofrecen becas de trabajo a los alumnos con el fin de que accedan al mundo laboral. Han sido más de veinte becas desde 2009, con 450.000 euros invertidos en ellas por parte de la Consellería do Mar. Recientemente se han puesto en marcha otras cuatro, que suman 93.000 euros.
De esta manera, puede decir Simón que la inserción de titulados del Igafa “es alta” en todos los estudios que oferta, desde el cultivo de marisco al de pescado.
Fuente: Faro de Vigo