El arduo trabajo en los parques de cultivo a lo largo de los siglos ha impactado positivamente en el medio ambiente como ejemplo de práctica artesanal y sostenible, garantizando así la conservación del rico ecosistema marino del que goza el Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas
“La tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos”, reza un proverbio indio. Una frase que a muchas personas les gusta enarbolar, pero cuando se trata de llevarla a la práctica… amigos, la realidad dista mucho de la palabra. El ser humano mantiene una relación simbiótica con la tierra y los océanos, sin embargo, no siempre establecemos una conexión mutualista. Es decir, esa unión a la que nos vemos abocados de nacimiento, como quien está en el seno de una familia que evidentemente no elige, no es beneficiosa para ambos: medio y personas. Ni siquiera podríamos decir que es comensalismo o, en otras palabras, que las personas nos beneficiamos sin que eso afecte positiva ni negativamente a nuestro entorno. Lo más normal es que sea puro parasitismo: contaminamos, sobreexplotamos recursos, destruimos hábitats e impulsamos el cambio climático, un aspecto que respalda la comunidad científica. A veces parece que nos cuesta comprender que, a fin de cuentas, incluso ponemos en peligro nuestra propia supervivencia. Ya lo dijo el filósofo inglés Thomas Hobbes: “Cuando los hombres construyen sobre falsos cimientos, cuanto más construyan, mayor será la ruina”.
Los parquistas de Carril entendieron esto mucho antes de que apareciese plasmado en ningún papel, vociferado o reclamado. Cuentan con una tradición marinera que se remonta a más de cinco siglos de historia y se cimienta sobre una base clara: un oficio artesanal y sostenible. Bajo esta premisas cultivan hoy en día 1.283 parques que ocupan, aproximadamente, una extensión próxima al millón de metros cuadrados. Un amplio arenal que comienza en la playa de A Concha, en Vilagarcía de Arousa, y discurre en paralelo la playa de Compostela y O Castelete, prosigue entre Carril y la isla de Cortegada, hasta alcanzar la desembocadura del río Ulla. Precisamente, Corticata, como así llamaron los romanos a esta isla convertida años después en santuario de peregrinación, forma parte de un auténtico edén insular. Un tesoro atlántico configurado por los archipiélagos de las islas Cíes, Ons, Sálvora y la propia Cortegada que suponen un refugio de vida para el entorno marino. Nos referimos al Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas, en cuyas aguas se sumerge una riqueza biológica incomparable.
Conocedores del impacto directo y significativo de la actividad humana sobre el medio marino, a través de su trabajo en los cuidados del cultivo, los parquistas de Carril han abogado por dar relevancia y repercutir positivamente en el control de la contaminación y la concienciación medioambiental. Al mismo tiempo que promueven una actividad turística sostenible. Un modo de contribuir positivamente con este entorno protegido e impactar favorablemente en él, mientras se preserva la salud de los parques de cultivo para garantizar la excelencia de sus afamados bivalvos.
Y es que, desde la Guía de visita · Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas de Galicia de 2015, ya advertían de los beneficios del marisqueo artesanal. En ella, a respecto de la pesca sostenible, se exponía que: “En estos momentos en que a nivel mundial el 30% de las poblaciones pesqueras está sobreexplotado y el 57% de las mismas plenamente explotado requiriendo una ordenación eficaz para evitar su disminución, (FAO, 2012), parece que hablar de pesca implique casi siempre hablar de algo negativo. Sin embargo hay alternativas viables a esta pesca insostenible, teniendo en cuenta que la gestión de la explotación de los recursos marinos debe compatibilizar objetivos biológicos, económicos y sociales. Los fondos marinos de las Islas Atlánticas albergan una gran riqueza que ha contribuido a sostener a las poblaciones cercanas a ellas a través de la pesca y el marisqueo. Estos han sido, en la mayoría de los casos, una pesca y un marisqueo artesanales, a pequeña escala y más respetuosos con el medio ambiente que la pesca industrial, ya que las capturas son más reducidas y selectivas”.
El marisqueo artesanal al que se refiere esta guía se adecúa a la actividad secular de los parquistas, quienes cultivan tres especies de almeja (babosa, fina y japónica), así como berberecho en un sustrato arenoso mediante métodos tradicionales sustentables. A diferencia de otras actividades y práticas extractivas, su impacto directo resulta significativamente beneficioso ya que, por un lado, realizan un monitoreo constante de la calidad de las aguas y del sedimento, lo que les permite detectar de forma temprana cualquier residuo o atisbo de contaminación para tomar las medidas pertinentes. Las labores de limpieza a la hora de deshacerse de fangos y algas o la detección precoz de cualquier depredador y especie invasora contribuye al equilibrio del ecosistema en las aguas que afectan al Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas.
Así también, en esta relación sí mutualista entre seres humanos y medio, la protección del Parque Nacional también beneficia a ambos ya que, como explican en su guía en relación con la pesca sostenible, “el objetivo actual en el Parque nacional es regular esta actividad para compatibilizar la conservación y mejora de este excepcional ecosistema marino con el mantenimiento de la pesca artesanal y sostenible en aguas del Parque”. A lo que añaden: “La regulación de la pesca en el Parque Nacional no sólo hace posible la conservación y el uso sostenible, sino que redunda en beneficios económicos y sociales para toda la comunidad del entorno, convirtiéndose en un factor de cohesión social y en uno de los instrumentos de gestión más poderosos”.
De hecho, los parquistas son la viva imagen de cómo se puede compatibilizar la actividad económica, con implicación social y protección medioambiental. A través de su trabajo, la participación en citas significativas para el sector y la promoción de un turismo sostenible, fomentan la concienciación sobre la importancia de cuidar los ecosistemas costeros, impulsando la educación ambiental y una concienciación ecológica realmente necesaria hoy en día. Sin olvidar su colaboración con otras instituciones y organizaciones, como la PTEPA, a fin de promover la sostenibilidad de una práctica tradicional que beneficia a medio, productores y, por supuesto, a nosotros como consumidores de un producto de calidad como es la conocida Almeja de Carril.
“El caribe de la aldea gala (salvo por las temperaturas subárticas del agua, ojo)” como calificó al Parque Nacional el fotógrafo Rober Amado en un artículo para Condé Nast Traveler, cuenta con unos buenos guardianes en el interior de la ría de Arousa, pertrechados con sus raños y su pasión mientras miran Malveiras, Briñas y Cortegada, a veces desconocedores de la importancia y la gran repercusión que tiene su dura e infatigable labor. Porque, como sentenció la exploradora Sylvia Earle, dedicada a la protección de los océanos, “cuidar el medio ambiente no es una tarea de un solo día, sino un compromiso de por vida”, y los parquistas llevan generaciones asumiendo esa gran responsabilidad