La naturaleza tiene la culpa de la riqueza que, históricamente, ha tenido el mar de Carril. Testigo del fértil abrazo entre el padre Ulla y la madre Arousa, este rincón de la ría siempre fue un espacio amable para la reproducción de ostras, almejas, berberechos… ¿Cuándo comenzaron los habitantes de la costa a darse cuenta de las oportunidades que eso suponía para ellos? No es fácil decirlo, aunque no debieron tardar demasiado. El marisco formaba parte de la dieta de los hombres y mujeres de la prehistoria, que buscaban en ella la proteína que precisaban para completar su dieta. En Roma, las ostras ya se consideraban un producto de interés en el siglo I antes de Cristo, así que un emprendedor de los de entonces, Cayo Sergio Orata, decidió probar a cultivarlas… Y tuvo éxito. La producción de ostras se extendió con el imperio, y hay constancia de que en Arcade, ya en época de los césares, se recogía y se procesaba ese marisco, que se enviaba escabechado allá donde era requerido. No han aparecido, de momento, elementos que nos permitan saber si hace dos mil años ya se intentó poner en valor la capacidad natural del mar carrilexo para producir este bivalvo. Pero sí sabemos que en la Edad Media, la fertilidad de las aguas que envuelven Cortegada ya había dado origen a la práctica de recolección y engorde de moluscos. Ya mediado el siglo XVI, Bartolomé de Molina en su Descripción del Reino de Galicia, destacaba que en Carril “hay la mayor cantidad de ostras que hay en todo el reino, ni en otros”. De hecho, la había en “tanta abundancia que se cargan navíos de ellas y en escabeche se provee Castilla y más partes: es provisión que se precia y estima por donde quiera que se lleva”.
Las fuentes históricas son parcas en referencias al cultivo y engorde de marisco en Carril. Ángel Fernández González, Jesús Giráldez y Alfredo Macías, del Departamento de Historia e Institucións Económicas de la USC, intuyen que la ausencia a toda referencia sobre esa actividad: era un trabajo de mujeres. Los hombres de Carril vivían de la pesca o del comercio; correspondía a las mujeres ese papel de cultivadoras y recolectoras de moluscos, tal y como siguió ocurriendo hasta bien entrado el siglo XX en buena parte de la costa gallega. La teoría aparece esbozada por los autores en el estudio “Conflicto ambiental, insitucións colectivas e posta en valor dos recursos marisqueiros; a Agrupación de Parquistas de Carril”. En él citan el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, elaborado por Pascual Madoz a mediados del siglo XIX. En él se señalaba que en Carril “aunque hay pesca de mariscos y excelentes viveros de ostras, los naturales no se dedican a ella”, volcados como estaban en dar servicio a su pujante puerto comercial. Sin embargo, señalan los autores del estudio que “hay que tener cuidado a la hora de interpretar el texto de Madoz, porque cuando sostiene que los naturales no se dedican al marisqueo estaba refiriéndose a los varones”. Las mujeres y sus trabajos eran, entonces, invisibles.
Estamos a mediados del siglo XIX. Se avecinaba un momento de crisis y de cambio en el mar gallego: el milenario negocio de las ostras iba a zozobrar. Un patógeno arrasó los bancos naturales de ostra, que en casos como el de Arcade acusaban ya una explotación intensiva. La situación era tan preocupante que en el año 1847 se creó la Escuela Práctica de Ostricultura de Ortigueira, según relatan Elisa Polanco y María Luisa Corral en “La ostricultura en el mundo”, un artículo publicado por la Fundación Alfonso Martín Escudero. El centro apenas estuvo dos lustros abierto.
Hacia 1870, el naturalista Mariano de la Paz Graells, visitaba Carril y nos ofrecía un detallado panorama de como funcionaba el mar en este rincón de Arousa, donde la gente “se dedicaba desde tiempo inmemorial a criar y cebar ostras”. Según su relato, se habían formado en la zona intermareal “unas pequeñas balsas o charcos, a manera de eras cuadrilongas o como mejor cuadra, según la disposición del terreno”. Estamos, presumiblemente, ante la primera descripción de los parques de cultivo, que ya por entonces pasaban de generación en generación. Los parquistas de entonces recogían “la ostra recién nacida” de zonas como O Grove, Cambados y A Illa y la sembraban en sus parques cuando tenían “un centímetro de diámetro; a los 18 meses ya las sacan para el consumo”. Pero cuando el cultivo de ostra comenzó a declinar, pese a las suculentas ganancias prometidas por un negocio en proceso de extinción, las gentes de Carril dieron un giro al timón. “Han convertido en mejilloneras sus antiguos viveros de ostras”, consigna Graells. Los nutrían con cría de mejillón arrancada de las rocas de la ría, formando grandes racimos que “traen a las viveras y las colocan en ellas, formando caballetes de pie y medio o dos de alto alrededor de los charcos, cuyo centro ocupan las ostras si las tienen”. El propio De la Paz Graells señala que “las expresadas mejilloneras están al pie mismo de Carril; tanto, que algunas casi tocan a los muros de las casas, y parecen, cuando la mar se retira y las deja al descubierto, más bien tierras inundadas que viveras de moluscos”. El mejillón que allí se cultivaba se escabechaba o bien, “cocido y envuelto en servilletas”, se vendía en localidades como Caldas, Padrón o Santiago. A fin de cuentas, los medios de transporte no facilitaban, en aquel momento, la expansión del mercado del marisco fresco: cuando Graell visitó Carril aún faltaban tres años para la inauguración del tren que iba a unir este puerto con la capital de Galicia.
Pero ese tren se puso finalmente en funcionamiento, y en 1899 el viaje iba a continuar hacia Pontevedra y Vigo: poco a poco, las posibilidades de dar salida a los productos por tierra iban creciendo. Al mismo tiempo, la edad dorada del puerto carrilexo iba quedando atrás: lo que durante tanto tiempo habían sido unos muelles llenos de actividad y trabajo se vieron desplazados por problemas de calado. Privada de aquel gran motor económico, la localidad se volcó en la producción de moluscos, en la que ya tantas dotes habían demostrado sus habitantes. Durante décadas, el trabajo en los parques se fue perfeccionando, afinando las viejas estrategias heredadas y ampliando, además, la cantidad de mariscos que se cultivaban. A comienzos del siglo XX, quizás espoleado por los crecientes problemas para conseguir cría de mejillón, las almejas entraron en la ecuación. El Diccionario de Artes de Pesca de 1923 señalaba que en la localidad “su mejor medio de vida son los viveros de almeja”, ya que estas se vendían “muy caras”.
El siglo XX fue, sin duda, un siglo de evolución tecnológica permanente, también en el ámbito alimentario. Y Carril no se quedó al margen de los cambios, todo lo contrario: supo incorporarse a las nuevas olas que llegaban a sectores como el de la conserva, que en los años treinta empezaba a probar a enlatar productos como almejas, navajas y mejillones. El sector del mar saltaba, de esta forma, una nueva frontera, al poder alcanzar sus productos nuevos y más lejanos mercados. Para atender a un mundo en constante cambio y a una demanda cada vez más exigente, tocaba reorganizarse. El aprovechamiento comunitario del mar, aunque tamizado ya por el tiempo y la costumbre en Carril, comenzó a virar hacia explotaciones y concesiones a particulares y eso, como era de esperar, generó más de un conflicto. Pero iban a quedar estas pequeñas guerras locales tapadas por otras mucho mayores. El estallido de la Guerra Civil puso patas arriba el país y lo cubrió de sangre. Luego, mientras España se lamía aún sus brutales heridas, estalló la Segunda Guerra Mundial. Y con la guerra siempre cabalga otro jinete: el hambre. Os anos da fame forman aún parte del recuerdo de nuestros mayores. En aquellos tiempos difíciles, el consumo de marisco aumentó, tanto en fresco como enlatado y en conserva -un sector que había crecido al calor de los conflictos bélicos-.
La posguerra fue un momento confuso en tierra, pero también en el mar, donde las autoridades hacían la vista gorda ante los incumplimientos de las normas por parte de una población desesperada por la necesidad. La situación se dejó ir hasta 1958, cuando la cofradía y la Autoridad de Marina abordaron el primer proceso de legalización de los viveros fijos de marisco, con el que se pretendía ordenar lo que ya era una tradición en Carril. El proceso finalizó en diciembre de 1961, con una Orden del Ministerio de Comercio que legalizaba 611 parcelas sitas en la zona marítimo-terrestre del Puerto de Carril, con carácter de depósito regulador. Las concesiones, decía aquel primer documento de ordenación, “se entenderán legalizadas a título precario y a perpetuidad, excepto en el caso de abandono durante dos años”. Como depósitos reguladores -balsas en las que se hacía acopio de marisco durante la campaña, para dosificar su salida al mercado-, los parques comenzaron a ser el referente de todas aquellas personas que precisaban marisco fuera de temporada. Comenzaba a fraguarse la fama de la almeja de Carril, una fama que sigue intacta hoy en día.
En los años sesenta y setenta comenzó a crecer el consumo, la producción marisquera aumentó, los precios del producto que salía de la ría subieron… La Administración decidió racionalizar la explotación de los recursos marinos, lo que se tradujo en establecer límites, y eso comenzó a generar conflictos en toda la costa. En Carril, las nuevas normativas obligaron a revisar, otra vez, los parques, que perdían su consideración de “depósitos” para pasar a ser concesiones. En aquel momento se censaron 930 parques que ocupaban 32,1 hectáreas. Sobran, con respecto al censo de 1961, 329 parques, que probablemente entraron en escena fruto de particiones de herencias o ventas, bien por la aparición de otros nuevos. Los titulares de esas explotaciones eran, en su mayoría, gente de Carril que disponía de superficies pequeñas; había también quien poseía extensiones mayores, entre ellos exportadores de mariscos de Cambados.
El cultivo y el engorde de mariscos se había convertido en un negocio atractivo en un mar lleno de problemas: a finales de los setenta, la ría se vio atravesada por el furtivismo, los conflictos entre mariscadores estallaban por todo el territorio y los mariscos gallegos comenzaban a tener competencia, ya que empezaban a llegar mariscos italianos, británicos y holandeses. Pese a ello, entre 1975 y 1985 se produjo la otorgación de una avalancha de nuevas concesiones, que habían llegado acompañadas de “un cierto descontrol en el aprovechamiento de los parques tanto en cuanto a la titularidad de los mismos y a su cultivo por personas que no eran concesionarios, como en su papel como adquirientes de moluscos ilegales”. La irrupción en el sector de la sombra del narcotráfico no hizo más que enturbiar el ambiente, hasta el punto de que la joven Administración autonómica -Galicia había asumido las competencias en marisqueo en 1982- decidió, aún antes de aprobar su primera Lei de Pesca, abordar un nuevo procedimiento de revisión y reordenación de los parques. Así, en 1991se iba a iniciar un proceso que se eternizó y que no iba a finalizar, tras muchos atrancos burocráticos, tras muchas batallas judiciales, hasta bien entrado el siglo XXI.
Llegaba esa decisión cuando los parquistas de Carril habían decidido unir fuerzas. En noviembre de 1989, “para defender los intereses de los pequeños y medianos productores individuales” se creaba la Agrupación de Productores de Parques de Carril. Iba a ser esta una herramienta para construir el futuro del sector; una herramienta que a lo largo de los años iba a hacer grandes esfuerzos para solucionar algunos de los problemas que compartían quienes querían vivir del cultivo de almejas y que atañían tanto al ámbito de la producción como al de la comercialización. De la agrupación surgieron iniciativas tan longevas como la fiesta de la almeja, un certamen que se inauguró a comienzos de la década de los noventa y que sigue viva. Con ella se pretendía promocionar el producto y revindicar el marisco de los parques frente a toda esa almeja que, sin salir de los viveros, pretendía aprovecharse en el mercado de esa etiqueta “de Carril” que tanta fama había alcanzado. De la agrupación surgieron también iniciativas audaces, como la creación de una empresa dedicada a la producción de semilla de almeja, una propuesta que acabaría naufragando.
La agrupación fue, durante muchos años, un motor de innovación y modernización del sector de los parques de cultivo de almeja, convertidos en un “rara avis” en el mar gallego. La entidad mostró la flexibilidad suficiente para adaptarse y buscar soluciones a los problemas y necesidades de un sector condenado a armonizar su carácter tradicional, casi artesanal, con las exigencias de los modernos mercados europeos del siglo XXI. Adaptarse o morir, dice el refrán. Y en Carril, lo hemos visto, la gente de los parques siempre ha mostrado la flexibilidad suficiente para adaptarse a la realidad. Bien entrado el nuevo siglo, la agrupación supo que había llegado el momento de una nueva transformación. Así que, para poder seguir jugando ese papel de motor de crecimiento, en el año 2021 se convirtió en una organización de productores, una figura de rango europeo que le abría las puertas al Fondo Europeo Marítimo y de Pesca, un dinero que Bruselas destina a incentivar el desarrollo sostenible del sector del mar. Con ese apoyo llegado de Bruselas, la OPP-89 aspira a afrontar importantes retos: mejorar la productividad de los viveros luchando contra los depredadores; garantizar la trazabilidad del producto y generar y proteger su propia marca de calidad, realizar estudios y proyectos medioambientales y de mejora de la comercialización… En estos momentos, la organización empresarial está inmersa en la creación, en el muelle de O Ramal, de un centro neurálgico para el laboreo en tierra de la almeja retirada de los parques y un espacio que permita tanto a la gente de aquí como a la de allá, conocer de cerca todo el trabajo que, aún en el siglo XXI, se esconde tras un sabroso plato de almejas de Carril.